Barricadas a la boloñesa
Un síntoma de nuestros tiempos. El cotidiano opinar sin conocer. Bulos en lugar de debate, movilizaciones tarde, mal y nunca. En 1999 el gobierno de Aznar representó a España en la firma de la Declaración de Bolonia que suscribieron más de veintinueve países europeos y que comenzaba a poner en marcha la idea de una universidad europea homologable, en la que alumnos y profesores pudieran moverse entre los países del viejo continente sin trabas para estudiar y para trabajar. Homologar no quiere decir hacer los títulos iguales, pero sí equivalentes. En lugar de licenciaturas y diplomaturas habrá grados, etc.
En estos casi diez años el trabajo y los tiras y aflojas han sido intensísimos. Las administraciones lo han rebajado todo en gran medida en aras del llamado "coste cero". Ningún grado nuevo deberá costarles un céntimo más que las titulaciones antiguas. Y, dando una vuelta de tuerca, han pretendido, desde el 1999 hasta hoy, con el gobierno de Aznar y con el de Zapatero, con comunidades autónomas del PP y del PSOE (las universidades están transferidas), aprovechar la circunstancia para "racionalizar" el mapa de titulaciones. Léase decidir qué titulaciones van a seguir en vigor en qué lugares y de qué modo.
Ha sido, es, un cierto "sálvase quien pueda" o sepa. Durantes años los miembros de la comunidad universitaria, los profesores, los cargos académicos, hemos clamado contra nuestra "reconversión" particular. Hemos gritado sin eco.
Los avances y los parones los han marcado las instancias políticas. Ahora no hay nada. Ahora hay que terminar tales documentos antes de un mes. De nuevo parón. De nuevo a correr. La noticia de hoy es rumor de ayer, el rumor de ayer es noticia de mañana. Que nos eliminan, que no. Que nos fusionan. Que no. Que nos reinventemos. Que nos jubilan. Que seguimos. Que sigamos. Que hay que hacerlo así. Que no, que así no. Que tu propia universidad te apoya. Que no. Que sí. Que nos unamos en casa. Hay quien no quiere. Que sí, que todos quieren. La Comunidad autónoma nos desintegrará. No, que no, no si no le costamos más...
Nueve años después, con la sobredosis boloñesa del último año y medio más o menos que todos los universitarios llevamos encima, con los planes elaborados y aprobados en muchos casos (a falta del visto bueno de la Comunidad Autónoma y/o de la ANECA), de pronto nos encontramos con una campaña basada en falacias. Grupos de estudiantes que no se habían interesado mucho antes por el proceso llegan tarde, no comprenden nada, y yerran el tiro. Incluso los delegados de curso, que sí habían estado implicados, participativos y de acuerdo, están sorprendidos. No es Bolonia lo que está mal. Bolonia no significa privatización de la universidad pública ni aumento de tasas ni desaparición de estudios ni descenso de la calidad ni...
Si alguna de estas amenazas se hace realidad no será por Bolonia, sino con la excusa torticera de Bolonia. Bolonia y la filosofía que tiene detrás es un proyecto conceptualmente muy bien diseñado que, si se aplica bien, puede suponer una mejora sustancial de las condiciones de trabajo de profesores y alumnos, mejorando el aprendizaje.
Luego quien esté en contra de la basura escondida bajo la alfombra, debe apuntar a la basura, no a la alfombra. Debe apuntar a los líderes políticos de todo signo que, desde gobiernos centrales o comunidades autónomas sólo están preocupados porque la universidad no cueste un duro más, siendo la mejora de la calidad una cuestión secundaria.
Os pondré un ejemplo bien gráfico. Un profesor de Inglés en mi Facultad puede tener en clase más de cien alumnos en cada una de sus tres asignaturas. Según Bolonia, según el EEES, debería atender a cada uno en tutorías personalizadas de obligado cumplimiento en torno a dos horas a la semana. Debería, entonces, dedicar un total de 600 horas semanales de su tiempo solamente a la atención tutorial de los alumnos... ¿Solución? Lo vaticino, sin ser ningún lince. "Tutorías personalizadas de grupo en un aula". Nuevo sinónimo para una clase de toda la vida...
¿Tiene Bolonia la culpa?
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